Está de moda
el control de identidad. Según el gobierno, el senador Espina y otros próceres,
con esta medida van a pillar a los malos de la película. Según los detractores
de esta idea, es un abuso, una intromisión en la vida de la gente y un atentado
a los derechos individuales. Yo me incluyo dentro de los segundos.
Comencemos
por lo más evidente. Si alguien no está haciendo nada malo, nadie le debe
preguntar en que asuntos anda. Como contrapartida, si alguien anda en malos
pasos, no lo van a detener por “intento de hacer algo”, y menos aún lo van a
procesar y/o condenar por ese motivo. Me suena a enjuiciar a alguien por “haber
estado ahí”.
Un Estado más
o menos decente, si es que esto realmente existe, no debe tener el poder de
perseguir a quien le da la gana, a inmiscuirse en su vida, su libertad y su
propiedad. Es, realmente, un abuso.
El imbécil de
Aleuy, acostumbrado a dirigirse a pobres ignorantes, defendió la medida del
control de identidad comparando la presentación de una tarjeta de crédito al
momento de hacer una compra voluntaria, con un control de identidad
obligatorio. Y más encima metió el tema de lo público y lo privado. En fin, puros
sofismos.
Por último,
si el Estado de Izquierdo que nos rige, al menos en materia penal, y su brazo armado,
la Fiscalía, no encarcelan a quienes tienen esposados en un tribunal, no veo la
razón para perseguir a quienes están en la calle.
Estas
medidas de fuerza desmedida y abuso, solo demuestran una vez más, que los políticos
perdieron hace mucho rato la guerra en contra de la delincuencia. Y la
perdieron por acomplejados, por comprarse el cuento de los 17 años de
dictadura, los derechos humanos y el resto de las excusas que permiten que los
malos le ganen a los buenos.